Una buena parte de las terminales del siglo XX constituyen el legado civil más importante y rico del patrimonio español
Una buena parte de las terminales del siglo XX constituyen el legado civil más importante y rico del patrimonio español
24.05.13 - MIKEL ITURRALDE @MikelItu |
Las estaciones de tren fueron el gran acontecimiento del
siglo XIX y principios del XX, como lo son ahora los aeropuertos, y un
bocado exquisito para los ingenieros y arquitectos mejor cotizados. No
son solo objeto de paso o estacionamiento de trenes, sino que
representan el sentir de una sociedad. Monumentales, eclécticas,
funcionales, constituyen uno de los patrimonios más importantes de
nuestra herencia arquitectónica y principal capital inmobiliario civil
de nuestro acervo. Estas son doce de las construcciones más
representantivas, pero la geografía española cuenta con una de las dotes
ferroviarias más importantes del mundo.
1. La Concordia
Obra del arquitecto Severino Achúcarro, la estación de
Santander de Feve fue inaugurada en Bilbao en 1902. Es un edificio muy
singular, de estilo modernista, que destaca fundamentalmente por su
fachada, en la que se impone un gran rosetón. Junto con el teatro
Arriaga, es un punto referente en la zona del Arenal bilbaíno y está
considerada como una de las construcciones más genuina del Bilbao de la
Belle Époque. Recoge su nombre de unos almacenes donde se alcanzó un
pacto amistoso para cerrar un desacuerdo entre los distintos accionistas
del primer ferrocarril de la Villa. La terminal está situada en el
borde del nuevo Ensanche bilbaíno, a orillas de la ría del Nervión,
elevada sobre la misma mostrándose como un balcón sobre el entonces
núcleo central de Bilbao, el Casco Viejo, lo que confiere un
protagonismo inusitado. Fue cabecera de línea de la Compañía del
Ferrocarril de Santander a Bilbao, formado por otras tres sociedades: el
del Cadagua, entre Zorroza y Balmaseda; el de Zalla a Solares; y el de
Solares a Santander. En su concepción era una estación mixta de
pasajeros y mercancías. Achúcarro fue el autor, entre otras obras, del
Hotel Terminus, situado en las proximidades, justo enfrente de la
Estación del Norte, y que disponía de una pasarela que lo conectaba
directamente con la terminal.
2. Aranjuez
Ladrillo rojo visto, con azulejos decorativos y un zócalo
de piedra que abarca toda la planta baja, son elementos característicos
de un edificio de estilo neomudéjar, más propio de un palacio que de una
construcción civil. La estación de Aranjuez es un auténtico monumento.
Formada por una nave rectangular y alargada con un cuerpo central más
elevado que el resto, donde se encuentra la entrada principal y el
vestíbulo, tiene en ambas fachadas la misma composición arquitectónica.
El motivo central, quizá el rasgo más característico, es el hastial que
acoge en su centro un gran reloj que se sitúa sobre tres grandes arcos. A
ambos lados del cuerpo central, se levantan dos naves más bajas, con
otros dos pabellones en los extremos que sobresalen del resto. Como
otros muchos edificios víctimas de la Guerra Civil, los continuos
bombardeos afectaron principalmente a la marquesina y a la cubierta de
la estación, por lo que tuvieron que hacerse diversos arreglos, sobre
todo en la marquesina por contar con acristalamientos y materiales
singulares. Entre 1989 y 1990, al acometerse obras de rehabilitación de
la estación, se demolieron los muros de ladrillo, lo que sacó a la luz
unos mosaicos de Mario Maragliano que datan de los inicios y que
quedaron ocultos durante la guerra.
Foto: Sergio García
3. Canfranc
El elegante edificio pirenaico, entre modernista y art
decó, aparece como por arte de magia en medio de la nada, sorprendiendo
al viandante, que nunca se habría esperado encontrar tamaña construcción
en los duros parajes pirenaicos. La muralla infranqueable (Labordeta
definió y cantó "polvo, niebla, viento y sol, y al Norte los Pirineos")
deja al descubierto una gran obra de arte (hoy en un estado de
semiabandono), una verdadera exageración para la vista y una proeza
harto elogiada en cientos de escritos. El complejo ferroviario fue
durante muchos años el más monumental del país, aunque la leyenda lo
situaba ya por entonces como la segunda estación de ferrocarril más
grande de Europa, sólo superada por la de Leipzig. El edificio es un
verdadero palacio con tejados de pizarra, escaleras de mármol y apliques
art decó. Su construcción exigió diez años de obras y obligó a modelar
la ladera del monte con muros de contención y 2,5 millones de árboles,
en su mayoría pinos silvestres, para frenar la erosión y evitar así el
riesgo de derrumbes y avalanchas de nieve. Sus cifras son mareantes: 245
metros de longitud, 300 ventanas, 150 puertas... El mérito de tan magna
obra tiene nombre y apellidos. El proyecto salió de la mano de Ramírez
Dampierre, pero la ejecución es obra indiscutible de la bilbaína empresa
Obras y Construcciones Hormaechea.
4. Toledo
El francés M. Hourdillée asumió la construcción de este
magnífico y espectacular edificio, que costó la friolera de un millón de
pesetas, donde se combinan artesonados, yeserías y zócalos del
ceramista toledano Angel Pedraza; cerrajería, lámparas y apliques del
maestro forjador Julio Pascual Martínez; el diseño de Narciso Clavería,
que consigue aunar funcionalidad y estética; y la dirección y vigilancia
de las obras del ingeniero de caminos y director adjunto de la
compañía, Ramón Peironcely. Representante de la tendencia historicista
de la época, concibe una hermosa arquitectura neomudéjar, llena de
matices tanto cromáticos como materiales, sin dejar de ser funcional y
moderna. El edificio se compone de un pabellón central flanqueado por
dos alas laterales de menor altura, en uno de cuyos extremos se levanta
la torre del reloj, elemento arquitectónico reservado hasta entonces a
iglesias y ayuntamientos, símbolo del auge y la importancia que estas
edificaciones adquirieron dentro de las ciudades. El conjunto se
completa con otras edificaciones menores, como el muelle de la
pescadería, en las que se prolongan los arcos de herradura polilobulados
y entrecruzados, los frisos de ladrillo, las almenas escalonadas, las
armaduras de carpintería, los alicatados y las celosías.
5. Norte de Valencia
La estación del Norte, que vino a sustituir a otra
anterior, vería el comienzo de sus obras en 1907 y se prolongarían diez
años. De la mano del ingeniero Enrique Grasset corrió el diseño de la
cubierta o marquesina, una gran estructura metálica única sobre apoyos
mínimos. La estructura fue suministrada por la acreditada casa madrileña
Gasset, trasladada por partes a Valencia y montada gracias a un puente
móvil a lo largo de las vías, sobre el cual iba una poderosa grúa para
subir y colocar en su lugar las diversos elementos que la completarían.
Sus dimensiones superaban a otras de capitales europeas tan importantes
como París, Berlín y Viena. Con 15.476 metros cuadrados frente a los
escasos 5.000 de la antigua terminal, destacaba un gran y suntuoso
edificio de viajeros con la fachada principal en la calle de Játiva.
Constituye uno de los mejores edificios de la arquitectura civil y es
punto de referencia monumental y representativo de la ciudad. Su estilo
se adscribe al movimiento modernista, dentro de la corriente denominada
'Sezesión Vienesa'. Demetrio Ribes utilizó elementos decorativos
autónomos y singulares propios del modernismo. Y, como en otros
conjuntos, destaca el reloj de bronce, de la compañía Caminos de Hierro
del Norte, y su remate, un mundo bajo un águila, la imagen de la
velocidad.
6. Francia de Barcelona
Grandiosa estación, fiel reflejo de las centrales europeas
en uno de los momentos dorados del modernismo catalán, inspirada e
impulsada por Andrés Coret Maristany. Rezagada de otras capitales
respecto de estos ‘buques-insignia’ que son las grandes estaciones,
Barcelona-Término (mas conocida por el destino final, Francia), es
producto del Ensanche de la ciudad condal y del pundonor de la compañía
MZA, que hasta el primer cuarto de siglo no pudo dar a la capital
catalana una terminal acorde a su importancia. La idea cobró vuelo con
el intento de celebrar en 1915 una Exposición Internacional y, aunque la
Primera Guerra Mundial trastornó el calendario, se realizó finalmente
en 1929. Las prisas por llegar a tiempo se convirtieron en una auténtica
lucha contrarreloj, siendo finalmente encomendada por concurso al
arquitecto madrileño Pedro Muguruza Otaño, el primer proyectista del
Valle de los Caídos. Una de las últimas construcciones ferroviarias de
Europa edificadas en ese estilo, tiene un vestíbulo con tres cúpulas de
grandes dimensiones. Los edificios envuelven las vías en forma de 'U' y
están fabricados con materiales considerados de lujo como mármol y
bronce, con vidrieras decorativas. Los andenes situados dentro de la 'U'
están cubiertos por dos marquesinas metálicas de 29 metros de alto y
195 de longitud que, en parte, mantienen en curva hacia la izquierda.
7. Jerez de la Frontera
La Compañía de los Ferrocarriles Andaluces encargó a su
arquitecto, el belga León Beau, que proyectara la nueva estación
jerezana. Este afamado proyectista pensaba que los edificios -además de
servir para recibir trenes, pasajeros y mercancías- debían de encajar
con los edificios de la ciudad y apostó por uno de piedra y ladrillo de
103 metros de planta a lo largo de las cuatro vías de servicio que
acabaría revistiendo con una cubierta metálica. Un edificio para
viajeros que en sí que no destacaba de entre los demás. No hay prueba
alguna de que lo hubiera llevado a cabo. Sin embargo, se conserva
prácticamente intacto el actual edificio de viajeros, cuya construcción
fue pareja a la Exposición Iberoamericana de Sevilla de 1929. Si bien la
obra ha sido ampliamente atribuida al arquitecto Aníbal González,
autor, entre otros, de la plaza de España de Sevilla y del Gallo Azul,
algunas fuentes dudan de su participación, máxime cuando su
fallecimiento tuvo lugar en 1929. De cualquier forma, la construcción
combina el historicismo del estilo renacentista con elementos mudéjares,
especialmente presentes en el apartado ornamental, y regionalistas. La
fachada principal está formada por un cuerpo central que en su parte
baje sirve de acceso al recinto gracias a tres grandes vanos realizados
con arcos de medio punto y flanqueados por pilastras. La parte superior
da lugar por su estructura a una torre que alberga el reloj principal de
la estación. Hay otras cuatro, dos escoltando la central y otras dos en
cada extremo del edificio. Destaca la unión de elementos como la piedra
y el ladrillo, de la rejería y de azulejos.
8. Puebla de Sanabria
La voluntad de unir Madrid, vía Medina del Campo, con Vigo
por el camino más corto posible es antigua y apareció plasmada en
anteproyectos del último tercio del siglo XIX. Sin embargo,
"dificultades enormísimas" que superaban incluso "las de la bajada del
puerto de Pajares en Asturias" posponían sine die este propósito. Las
obras comienzan a finales de 1927; se construyen al mismo tiempo los
retretes, la lamparería, los muelles, los cuartos de agentes y los
edificios de servicios, y no se interrumpen hasta su finalización, en
1933. Las vías, sin embargo, tardarían varios años. Se inaugura en 1952
con la puesta en marcha del tramo Zamora-Puebla de Sanabria de la línea
Zamora-La Coruña, vía Orense. El edificio es una clara muestra de la
arquitectura de la zona, con estructuras realizadas con grandes sillares
de piedra y amplios tejados de pizarra de varias vertientes. Hay
grandes dudas sobre el arquitecto. En varios documentos figura José Luis
Tobar Bisbal, aunque en Renfe aparece como ingeniero de la línea. La
empresa contratista fue MZVO, que, a través de la Sociedad Constructora
Ferroviaria, desarrolló varias obras en gran parte del trazado. La
construcción, inspirada en la estación de Cercedilla (Madrid), se
realiza a base de grandes piezas sin desbastar, para darle un aire de
montaña, con cubiertas notablemente inclinadas de pizarra. Por su
estética y proporciones, llama la atención por el contrapunto entre lo
rústico del trabajo de cantería y lo elegante de su línea constructiva.
Arcos y semiarcos con sus recercos resaltados con bloques de piedra
almohadillados y grandes contrafuertes le confieren ese toque. Destaca
la cubierta sobre todo el conjunto por su altura, que supone dos tercios
del total del edificio. En los 90 fue reformada parcialmente y se
suprimió la chimenea más pequeña.
9. Norte de Valladolid
Una de las terminales más luminosas del país, fue
remodelada en 1991 sin perder la holgura y el aire de sus años de
esplendor de la línea Madrid-Irún, denominada en tiempos pasados como
‘la Europea’. De la mano del ingeniero francoespañol Enrique Grasset y
Echevarría y del arquitecto Salvador Armagnac corrió el proyecto de
ejecución de lo que es hoy la estación de Campo Grande o del Norte, en
Valladolid. Concluida en octubre de 1895, componía el proyecto un
pabellón central, dos cuerpos laterales y dos pabellones extremos,
siguiendo el esquema típico de las estaciones de la Compañía del Norte.
Tres grandes puertas bajo arcos de medio punto se abren en el pabellón
central, divididas por pilastras gemelas sobresalientes del paramento de
la fachada y sostenidas dos a dos por un zócalo. La conjunción
piedra-ladrillo domina la fachada. Sillería en el cuerpo central y
cadenetas en los flancos de todos los pabellones, piedra también en las
embocaduras de puertas y ventanas; lo demás, ladrillo prensado. Y, en el
frontispicio y a ambos lados del escudo de la ciudad, jalonan las
esculturas de la Agricultura y de la Industria, obra del artista
madrileño Angel Díaz. El complemento de la cubierta de hierro sobre los
andenes, con relojes en las cortinas de ambos extremos, provoca el
recuerdo de la madrileñan de Príncipe Pío, ya que su factura (sistema
articulado de cuchillas tipo Polonceau) es análoga. Las columnas que la
soportan fueron fundidas en los talleres bilbaínos de Zorroza.
10. Zamora
Considerada por los especialistas ferroviarios una de las
estaciones más bonitas de España, es una edificación tardía, si se
compara con el resto de terminales de la lista. Las obras comenzaron en
1927, dirigidas por el Ingeniero Marcelino Enríquez, pararon en 1932,
para volver a reiniciarse en 1935 y ser nuevamente detenidas durante la
Guerra Civil. El edificio no vuelve a reactivarse hasta mediados de
siglo y por fin fue inaugurado en 1958, un año después de ponerse en
servicio la línea Medina del Campo-Zamora-Orense-Vigo (cuyas siglas MZOV
perdurarían al margen de la actividad ferroviaria). Encarada al núcleo
urbano, en su fachada de 88 metros puede contemplarse una caricatura de
los Reyes Católicos, como gustan de asegurar los lugareños, que presumen
de esta joya de la arquitectura. En las guías turísticas la definen
como un edificio de inspiración renacentista cuyas arcadas y antepechos
calados recuerdan al estilo gótico tardío. Reducida casi a su estado
parafuncional de monumento, antaño su cantina gozó de gran fama
nocturna, aunque mucho menos que el recibidor de ámbito romántico. El
cuerpo central, de porte edilicio, delata la sobria arrogancia de las
plazas mayores de Castilla, con el reloj y el escudo del colegio de
Ingenieros de Caminos y Puertos, quienes diseñaron la estación.
11. Atocha
La estación de Atocha es un complejo ferroviario situado en
las cercanías de la plaza del Emperador Carlos V. Hace las funciones de
nodo ferroviario y es una de las más utilizadas del país en la primera
década del siglo XXI. Surge como un simple embarcadero (inaugurado en
1851) que se amplía hasta convertirse en la estación del Mediodía
(inaugurada en 1892), propiedad inicialmente de la compañía de los
Ferrocarriles de Madrid a Zaragoza y Alicante (MZA). A finales del XIX,
el arquitecto Alberto de Palacio y Elissague –autor, entre otras obras,
del Puente Colgante de Portugalete y colaborador de Gustave Eiffel-
diseña una nave central de 152 metros de largo, 27 de altura y 48 de
luz, al tiempo que técnicos de París planean la gran cubierta metálica
que serviría de montera a la nave de vías y andenes. Esta estructura,
sin precedentes en España aunque presente en la exposiciones
universales, se construyó en Bélgica con el sistema de estructura rígida
tipo De Dion. Con el objeto de adaptarse a las nuevas velocidades y
caudales de tráfico, se realizó una profunda transformación en 1992 de
la mano de Rafael Moneo, que la devolvió su antiguo esplendor. La
antigua terminal se rehabilitó en el vestíbulo-jardín con funcionalidad
de invernadero tropical, donde se pueden ver 7.200 plantas y 260
especies, que da acceso al resto de las dos estaciones que componen el
complejo ferroviario. Desde entonces se conservan múltiples recursos
decorativos, de cerámicas, hierro fundido, cantería de granito, primores
de ladrillo, maderas interiores, caligrafías en las que se recuerda el
origen del inmueble y, sobre todo, se mantiene su alegre diafanidad.
12. Almería
Fue la última capital andaluza en alcanzar el ferrocarril,
pensando en sus inicios más para el transporte de mineral que para el
tráfico de pasajeros. La estación se asienta sobre una especie de
plataforma para evitar las avenidas periódicas de agua por las ramblas
que atraviesan la ciudad hacia el mar, del que se sitúa tan solo a 8,28
metros. La fachada de 54 metros tiene un cuerpo central rematado por una
marquesina metálica de forma piramidal y revestido de cristal sobre los
bastidores en los testeros de ambos extremos. La Guerra Civil afectó a
la integridad del edificio, pero la remodelación efectuada en 1988
permitió resaltar algunos de sus elementos característicos e históricos.
Así, el reloj sobriamente enmarcado en labor de hierro, las carenas
acristaladas en el interior de vestíbulo y un mural cerámico de
Francisco Cañadas. En el curso de las tareas de remozamiento, quedó
claramente esclarecido que la firma constructora de la cubierta metálica
llevaba el sello de Fives-Lille. También son propios de esta
construcción los azulejos de la facha principal donde ae repite la ‘A’
con el típico grafismo vasco en forma de txapela, lo que se considera un
aporte de los artesanos de las tierras del Norte.
fuente http://www.elcorreo.com/
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