El metro, en rigor tranvía, circula ya por Teatinos
LUCAS MARTÍN
Las pruebas han malhumorado a algún que otro vecino, que después de tantos retrasos ya veía en el trazado una ruta para el pastoreo y la búsqueda de trufas
El metro ya salió de su celda del tiempo. Al menos, como hecho relativo.
El inicio de las pruebas, allá por el campus, ha pillado a contramano a
muchos vecinos, en su mayoría gente de bien que después de tantos años
de retraso pensaba en la infraestructura como se piensa en las brujas de
Las Hurdes. El metro se lleva en Málaga hasta en la peineta, sobre los
hombros, en las mesas de debate. En todos sitios menos en los raíles,
que es justamente donde dicen que ahora anda, aunque sin que eso sea un
obstáculo para que siga también en otros lugares, especialmente
intangibles.
A estas alturas ver una de sus cabinas tiene que ser como observar a un comisario gigante de la Unión Europea acercándose al trote desde la lejanía. Una cosa teóricamente buena, pero que, sobre todo y en principio, asusta. A los comisarios europeos hay gente que los ha visto en la tele y en Bruselas. Con el metro pasa prácticamente lo mismo. Madrid, Barcelona, París para los más finos. Seguramente existen vecinos de Teatinos a los que todo esto, por a destiempo, les suena a victoria pírrica. Personas enamoradas de un paisaje con grieta inservible, buscadores de metales y de trufas. Se gana un metro, sí, pero se pierde un futuro camino para el pastoreo y la decadencia de los domingos.
En los quioscos podría animar al debate. Con esto de las pruebas hay quien ha perdido un buen pellizco por pensar que con el metro pasaría lo mismo que con los vídeos Beta y los hospitales de la Junta: la sensación de salir a la venta justo en el momento en el que te ganan por goleada los problemas y las virtudes tecnológicas de tus hijos. «De aquí a que se inaugure el metro será al transporte de viajeros lo que los bueyes a los coches deportivos», decían. Pero el metro, de momento, llegó. Todavía morigerado y sin personas, a la jiennense, aunque con la promesa de ponerse a punto.
En rigor ya no es lo mismo. Después de años de planes de tráfico y oportunismo político, resulta que el metro llega convertido en su otro extremo en un tranvía. Y lo que es infinitamente más plúmbeo: que el debate sigue. Sobres, metro y tranvía. De eso se parlotea en Málaga. Y la fiesta continúa. En los colegios de Texas y de Nebraska existen niños de 4 años que sueñan con estudiar en la Universidad para luego ser contratados como asesores en el Ayuntamiento e incorporarse a la lucha malagueña de las infraestructuras. Pronto se hablará, incluso, de escuelas de pensamiento: racionalismo o empirismo; alemán o italiano; soterrado o tranvía.
Dan ganas de meter la cabeza bajo tierra y pensar en asuntos más cotidianos y súbitos. La libertad como método, el Big Crunch, las zonas oscuras de la Biblia. Si no fuera por el gusano impecable que culebrea en estos días por Teatinos sería inevitable comparar el metro con el programa espacial de Zambia, aunque con una puesta en escena mucho menos divertida. «¿El alcalde que está a favor de que vaya subterráneo o del tranvía?», preguntaba el otro día un ciudadano junto al edificio de La Equitativa. La impresión es que se trata de posturas firmes y, por lo tanto, intercambiables. Un clásico en la política.
fuente http://www.laopiniondemalaga.es
A estas alturas ver una de sus cabinas tiene que ser como observar a un comisario gigante de la Unión Europea acercándose al trote desde la lejanía. Una cosa teóricamente buena, pero que, sobre todo y en principio, asusta. A los comisarios europeos hay gente que los ha visto en la tele y en Bruselas. Con el metro pasa prácticamente lo mismo. Madrid, Barcelona, París para los más finos. Seguramente existen vecinos de Teatinos a los que todo esto, por a destiempo, les suena a victoria pírrica. Personas enamoradas de un paisaje con grieta inservible, buscadores de metales y de trufas. Se gana un metro, sí, pero se pierde un futuro camino para el pastoreo y la decadencia de los domingos.
En los quioscos podría animar al debate. Con esto de las pruebas hay quien ha perdido un buen pellizco por pensar que con el metro pasaría lo mismo que con los vídeos Beta y los hospitales de la Junta: la sensación de salir a la venta justo en el momento en el que te ganan por goleada los problemas y las virtudes tecnológicas de tus hijos. «De aquí a que se inaugure el metro será al transporte de viajeros lo que los bueyes a los coches deportivos», decían. Pero el metro, de momento, llegó. Todavía morigerado y sin personas, a la jiennense, aunque con la promesa de ponerse a punto.
En rigor ya no es lo mismo. Después de años de planes de tráfico y oportunismo político, resulta que el metro llega convertido en su otro extremo en un tranvía. Y lo que es infinitamente más plúmbeo: que el debate sigue. Sobres, metro y tranvía. De eso se parlotea en Málaga. Y la fiesta continúa. En los colegios de Texas y de Nebraska existen niños de 4 años que sueñan con estudiar en la Universidad para luego ser contratados como asesores en el Ayuntamiento e incorporarse a la lucha malagueña de las infraestructuras. Pronto se hablará, incluso, de escuelas de pensamiento: racionalismo o empirismo; alemán o italiano; soterrado o tranvía.
Dan ganas de meter la cabeza bajo tierra y pensar en asuntos más cotidianos y súbitos. La libertad como método, el Big Crunch, las zonas oscuras de la Biblia. Si no fuera por el gusano impecable que culebrea en estos días por Teatinos sería inevitable comparar el metro con el programa espacial de Zambia, aunque con una puesta en escena mucho menos divertida. «¿El alcalde que está a favor de que vaya subterráneo o del tranvía?», preguntaba el otro día un ciudadano junto al edificio de La Equitativa. La impresión es que se trata de posturas firmes y, por lo tanto, intercambiables. Un clásico en la política.
fuente http://www.laopiniondemalaga.es