Bilbao se enganchó a la vía algo más tarde que sus 
capitales vecinas. Los guipuzcoanos (y alaveses) le birlaron la conexión
 directa con Madrid. Los financieros e industriales vizcaínos no 
tuvieron más remedio que optar por la conexión hacia el Este, una vez 
que el Gobierno de Madrid aprobó el trazado entre la capital del Reino y
 la frontera francesa por Irún, que dejaba las tierras vizcaínas de 
lado. Miranda de Ebro acabaría por desplazar a Vitoria. La unión de 
fuerzas con los empesarios vitivinícolas de La Rioja propició la 
creación del ferrocarril Tudela-Bilbao.
Durante un largo lustro, una legión de trabajadores, muchos
 de ellos foráneos, desbrozan el terreno, cavan zanjas, abren 
trincheras, perforan la roca, igualan y explanan el camino de piedra, 
madera y hierro que dé paso al ferrocarril. Fue escuela de formación 
profesional sobre el terreno y reclamó mucha mano de obra. Las 
condiciones de trabajo fueron duras y los índices de siniestralidad 
elevadísimos, según apuntan los historiadores. 
Buena parte de los trabajadores especializados en las 
tareas más exigentes se reclutaron en otros países donde las obras 
habían generado experiencias. La prensa bilbaína de la época así lo 
constataba: “Es digno de ser visitado el gran almacén que la empresa del
 ferrocarril construye sobre la estación de Abando. Si a nuestros 
artesanos o artífices de carpintería se les hubiera encargado una obra 
semejante, la sola idea de sostener un tejado, por ligero que fuese, de 
más de 140 pies de largo por más de 100 de ancho, les hubiese asombrado.
 Y sin embargo nada hay más sencillo que ejecutarlo, una vez visto. Por 
esto conviene que vengan los extranjeros a enseñarnos lo que es la 
ciencia y el arte hábilmente combinados para que les imitemos”.
Anexiones
Bilbao no pasa de 20.000 habitantes, pero se queda pequeño y
 los munícipes piensan, como previendo la que se avecina, en la anexión 
de los municipios vecinos. Abando, Begoña y Deusto son piezas cotizadas 
en ese tablero de monopoly. Además del ferrocaril, que permitiría la 
conexión con la Meseta y la atracción de nuevos mercados, los prohombres
 de la villa se sienten preocupados por tres grandes empresas, según 
relatan los periódicos: las obras de la ría y el puerto, la supresión 
del pago en el puente de Isabel II (hoy llamado del Arenal) y el 
adoquinado de las calles. No mucho antes, la villa había resuelto el 
problema de los enterramientos que se realizaban ya en el cementerio de 
Mallona. Todos estos problemas alimentaban las páginas de los dos 
diarios locales, 'Irurac-bat' y 'Euscalduna' .
El problema del crecimiento del municipio bilbaino llega a 
las Cortes, que propician la anexión de Abando y de Begoña, aunque la 
medida no llegó a tener efecto por la resistente negativa de las 
anteiglesias hasta el último cuarto de siglo. Deusto aguantaría aún 
otros veinticinco años. Pero los planes de crecimiento eran imparables. 
Las familias acaudaladas llevan años intentando estrechar alianzas con 
otras fortunas para traer el ferrocarril a Bizkaia. Ya son muchos los 
intentos y planes que resultan baldíos; esta nueva oportunidad no se 
puede desaprovechar. Finalmente, la alternativa elegida para ubicar las 
instalaciones ferroviarias recae en Abando, casi en el mismo lugar donde
 se levanta ahora la estación que lleva el nombre de Indalecio Prieto 
(la actual es la tercera terminal construida en ese espacio).
Sin embargo, Abando no fue el único emplazamiento que se 
barajó para que el tren llegara a la ciudad. Hubo otros tres: en la 
margen derecha, Begoña ofrecía los terrenos sitos en Huertas de la 
Villa; detrás de la iglesia de la Encarnación, en pleno corazón de la 
villa; e, incluso, en la vega baja de San Mamés, que ofrecía como 
ventajas la salida al mar de productos y mercancías.
Estación de Abando
Las expropiaciones se producen sin demasiado ruido. Abando 
tiene en esa época algo menos de 7.000 habitantes y concentra su núcleo 
urbano junto a la iglesia de San Vicente, donde se ubica además el 
ayuntamiento. El resto de la anteiglesia está formada por caseríos 
dispersos. La llegada del ferrocarril apenas obligó a derruir las 
construcciones existentes. Y los expropiados pudieron optar entre 
acciones de la nueva compañía ferroviaria, obligaciones hipotecarias y 
otra clase de papel. Ni qué decir tiene que la mayor parte se inclinó 
por la primera alternativa.
El ferrocarril de Bilbao a Tudela fue la mayor empresa 
hasta entonces constituida en el País Vasco y, en gran parte, fue 
financiada por el capital local. A diferencia del 'Madrid-Irún' 
gestionado por la Compañía de Caminos del Hierro del Norte de España, 
con la que se hizo imposible un acuerdo, el tren a Bilbao se financió 
fundamentalmente con capitales recabados en las comarcas afectadas. La 
suscripción pública de acciones y obligaciones tuvo un espectacular 
éxito. Sólo en Bizkaia se suscribieron rápidamente 65 millones de 
pesetas, «con una fe y entusiasmo que prueban cómo se ha desarrollado en
 el país entero el pensamiento de dar un gran impulso a la creación de 
vías férreas». Además de capitales riojanos y navarros, participaron 
vizcaínos residentes en Cuba, que hasta 1898 es tierra española, y, por 
supuesto, la Diputación.
La capital vizcaína se conectaba por mar con Francia, por 
lo que el capital local no se mostró especialmente preocupado por perder
 la conexión con la línea férrea Madrid-Irún . Y si lo estaba, lo 
disimuló rápidamente, justificando la nueva conexión férrea con “las 
fértiles comarcas que baña el Ebro hasta Zaragoza, Cataluña, y, 
finalmente, la parte oriental de Madrid, con la cual no ha podido haber 
hasta ahora sino muy cortas relaciones mercantiles”.
Bizkaia se comunicaría, por tanto, con una comarca agraria,
 que había encontrado el medio perfecto para comercializar sus 
productos, principalmente el vino. El ramal del Ebro y el de Bilbao se 
encontrarían en Miranda del Ebro, una vez desechada la posibilidad de 
hacerlo en Vitoria. Los ingenieros argurmentaron que resultaba menos 
complejo construir la línea a través de Orduña frente al trazado por 
Arratia y las tierras de la capital alavesa. No faltaron, sin embargo, 
otras razones menos técnicas; de pasar por Vitoria, el negocio del 
Tudela-Bilbao dependería de la compañía del Norte, la misma que les 
había puesto todo tipo de trabas para su alianza.
Pero pesaron, sobre todo, razones mercantiles. Era 
necesario “un trayecto que, cubriendo por su servicio las zonas 
comerciales que irradian del puerto de Bilbao, nos abra al propio tiempo
 nuevos mercados”. Eso sí, el trazado por Orduña tenía el inconveniente 
de que haría más largo el trayecto desde Bilbao a Vitoria y a Francia, 
pero el principal propósito de los bilbaínos era conectar con el mercado
 interior mediante la línea más corta y barata posible. Frente a esto, 
poca importancia tenía la unión con la capital alavesa. 
El gran día
Cuando Bilbao está a punto de inaugurar el ferrocarril, la 
Aduana recauda del orden de 25 a 30 millones de reales al año, la 
iglesia más antigua (Santiago) se ha convertido en basílica a instancias
 del cardenal Gangoiti y casi mil buques recorren el mundo llevando la 
matrícula portuaria de la capital vizcaína. Sin embargo, los astilleros 
de Ripa, La Salve, La Vega, Deusto y Olabeaga siguen aún botando 
numerosas embarcaciones de madera y vela, mientras en el resto d Europa 
se imponen las construcciones de hierro y acero y la utilización de la 
máquina de vapor.
El ingeniero Charles Vignoes (1793-1875), que patentó el 
carril que lleva su nombre -el modelo estándar hoy en todo el mundo- 
casi ha terminado su trabajo cinco años después de iniciadas las obras, 
aunque ya ha propuesto a las autoridades la creación de un gran puerto 
en El Abra y prolongar, por tanto, el ferrocarril Tudela a Bilbao hasta 
las inmediaciones del mar. El técnico inglés, a quien asiste en su tarea
 el ingeniero español Cipriano Segundo Montesino y Estrada, quedó a la 
sombra de los grandes ingenieros de la época, como George Stephenson y 
Marc Brunel, con los que coincidió en algún proyecto. Vignoles trabajó 
para James Walker en los muelles de Londres, los de Rennies y el 
ferrocarril entre Londres y Brighton. Su experiencia le condujo a 
proyectos más grandes, incluyendo nuevos ferrocarriles en Irlanda, que 
entonces era parte de Reino Unido. Entre ellos, Dublín y Kingston y 
Seffield y Mánchester y Londres. Aconsejó la planificación de la línea 
del Reino de Wurtemberg (Alemania) y construyó el puente de Kiev 
(Ucrania) sobre el río Dnieper. Es, además, el artífice de la estación 
de Miranda.
Llega el gran momento. El día amanece extrañamente claro, 
como para sumarse al acontecimiento. Domina un suave viento sur que 
anima a los bilbaínos a salir a la calle y acercarse hasta la nueva 
estación. El 1 de marzo de 1863 las radiantes locomotoras, recién 
compradas en Gran Bretaña, permanecen estacionadas y en posición de 
revista, al alcance de las miradas de los miles de curiosos que no 
quieren perderse la ceremonia. Aún no han recibido el bautismo, pero ya 
tienen nombres que exponen sin pudor en placas remachadas en la 
carrocería. 'Vizcaya, 'Rioja', 'Burgos', 'Alava', 'Bilbao', 'Logroño', 
de la casa escocesa William Fairbairn y numeradas del 1 al 6, a las que 
se suman otras de la inglesa Beyer-Peacock, que reciben también 
apelativos de las distintas poblaciones por las que va a atravesar el 
nuevo tren. Hoy en día solo queda una máquina superviviente, 'la Izarra', que casi desapercibida se mantiene a duras penas, desguarnecida y con escasos cuidados, en el andén 1 de Abando.
En primera fila, se puede ver al alcalde de la villa, Luis 
Violetes, y sus tenientes Urrecha y Uhagón. También acuden el síndico 
Zugasti y los regidores Delmas y Landecho; otro invitado especial es 
Arana, el máximo mandatario de Abando, Y, por supuesto, todos los 
directivos de la compañía ferroviaria, y los ingenieros Vignoes, Segundo
 y Tomas Hunt, encargado del material móvil. El prelado de la diócesis, 
llegado de Vitoria, bendice las instalaciones, al tiempo que el humo de 
la pólvora y el ensordecedor estallido de miles de cohetes saluda a los 
allí congregados. “Se hizo luego un profundo silencio; pitó la máquina y
 enseguida partió camino de la ciudad de Orduña, llevando en sus vagones
 a los más destacados invitados. A lo largo de los cuarenta kilómetros 
de recorrido, los expedicionarios presenciaron la triunfal acogida que 
las gentes de todos los pueblos dispensaban al convoy. La llegada a 
Orduña puede calificarse de apoteósica; después la fiesta fue creciendo 
en volumen. Allí se celebró un gran banquete y al final se pronunciaron 
los rituales discursos, que en aquella ocasión fueron vibrantes, 
preñados de alegría y de emoción”. El delirio popular y los fastos se 
multiplicaron por cuatro cuando la locomotora regresó a la estación 
bilbaína. El relato de los periódicos bilbaínos no deja resquicio 
alguno. Fue todo un acontecimiento. 
Lo cierto es que la línea aún no se había completado -la 
estación de Abando seguía inconclusa y al poco tiempo sufrió un 
incendio, por lo que hubo que reconstruirla-, y los trenes con pasajeros
 sólo subían hasta Orduña, si bien los de mercancías llegaban hasta 
Miranda. El 31 de agosto de ese mismo año acaban las obras y la línea se
 completa hasta el enlace con Castejón de Ebro. En total, tenía una 
longitud de 249 kilómetros, de los que 104 correspondían al trayecto 
Bilbao-Miranda. Las estaciones y apeaderos son en 1872, además de las 
cabeceras, Arrigoriaga, Miraballes, Areta, Llodio, Amurrio, Orduña, 
Lezama, Inoso, Izarra y Pobes en Alava y Bizkaia. Se cumplía así la 
invocación de los artífices de este proyecto. “Y que pronto veamos 
unidos los raíles del Nervión al Ebro, llevando riqueza y ventura a 
todas las provincias de España”.
  | 
| Marquesina de la primera estación de Abando en construcción. | 
 
  | 
| Vista interior de la primitiva estación de Abando. | 
  | 
| Ocho locomotoras permanecían en los andenes el 1 de marzo de 1863 para su bendición. | 
 
  | 
| Primitiva estación de Abando, junto al monumento dedicado al fundador de la villa. |