03 diciembre 2012

Porto-Vigo en el tren de Galdós (opinión)

Porto-Vigo en el tren de Galdós

Ceferino de Blas






Si no para una tesis doctoral, reúne materia suficiente para una tesina o trabajo de fin de carrera el tema de la conexión ferroviaria Vigo-Oporto y viceversa. Algún profesor de la Universidad de Vigo debería encargar a un alumno aventajado el siguiente ejercicio: Versiones en las que ha sido presentado por los distintos gobernantes la mejora del transporte ferroviario entre Oporto y Vigo.
Comprendería los siguientes apartados: número y composición de los ejecutivos que se comprometieron a realizar las obras y aproximación de fechas y plazos de ejecución, ministros económicos, de Transportes y Fomento que dieron su palabra de honor de acometerlo, presidentes autonómicos gallegos y homólogos portugueses que asumieron tales compromisos. Y demás cuestiones que se les ocurra al profesor que encomiende el trabajo y al alumno que lo realice.
Viene esto al caso porque, hace unos días, se celebró en Baiona una digna sesión conjunta de empresarios de ambos lados del Miño, con asistencia de los embajadores de los dos países ibéricos. Su mejor resultado fue el anuncio solemne de que en los próximos años se viajará en tren de Vigo a Oporto y viceversa en un tiempo récord.
Lo más original de la reunión de referencia es que, en lugar de los ministros o sus adjuntos -podrían estar cansados de promesas de esta guisa-, quienes acudieron a Baiona para dar verosimilitud a los acuerdos fueron los embajadores.
Los diplomáticos, cuando actúan con el sigilo que les es propio o abordan cuestiones que no trascienden al público por encargo de sus gobiernos, son eficaces y producen efectos salutíferos para la nación que representan.
Cuando salen a la pista de baile -por el protagonista de la última novela de Pérez Reverte, que es un bailarín-, es más bien para interpretar un vals, dar lustre a una recepción o un protocolo. Son perfectos para vestir una reunión. Sobre todo cuando se enfundan en sus lucidísimos uniformes.
Hasta que se inventó la fotografía, una de sus funciones era transportar los retratos de las princesas casaderas a las cortes, para que los príncipes o monarcas, en su caso, conocieran a la futura consorte.
Antaño los embajadores -cuando no había aviones ni teléfonos y se tardaba días en llegar al destino-, ejercían la representación del país en sentido estricto. Ahora, con las videoconferencias, los móviles, internet, los aviones que permiten a los presidentes y a los ministros estar in situ en cualquier circunstancia, se ocupan con frecuencia de las recepciones.
En suma, que la presencia de los plenipotenciarios de Madrid y Lisboa aportó lustre y empaque a la reunión miñorana, pero ojalá que en la práctica haya servido para algo más que ampliar el círculo de relaciones de los concurrentes.
En temas como el que nos ocupa, me viene a la memoria la época de trabajo con los periodistas de "O Comercio do Porto", el diario más antiguo del Portugal continental. Tanto directivos como periodistas senior o junior, que así clasifican a los fogueados y a los noveles de la profesión en el vecino país, acogían con un escepticismo gélido el entusiasmo de los gallegos por la construcción del AVE conjunto.
Una percepción que lleva a reflexionar acerca de la sinceridad de las relaciones entre los dos países, de la auténtica necesidad de una conexión de tal envergadura, y de si realmente existe o es posible una masa crítica suficiente para rentabilizarla. Es decir, para que los flujos entre Oporto y Vigo sean tan altos que hagan imprescindible un ferrocarril que los satisfaga.
Estamos hablando del mercado, de la ley de la oferta y la demanda. No de planteamientos voluntaristas que identifican los futuribles con las necesidades reales de la gente.
Es evidente que hace falta un servicio férreo que se adapte, en tiempo, seguridad y comodidad, a las perspectivas de conexión entre Vigo y Oporto, y sus respectivas áreas. Pero no lo es menos que desde que existe la autopista Vigo-Tui-Porto, las autovías, y desde que se han mejorado las carreteras a ambos lados del Miño, con los camiones y furgonetas para el transporte de mercancías, y los autobuses y vehículos particulares para las personas, el servicio ferroviario ya no es una absoluta prioridad.
Lo fue, y por eso se construyó la línea férrea -una vez más, las leyes del mercado -, en los tiempos de Benito Pérez Galdós, que relata uno de aquellos deliciosos viajes entre Oporto y Vigo -la alternativa era la diligencia-, cuando el puente viejo de Tui aún no estaba terminado.
Tal vez algún emprendedor cavile que sería rentable recuperar el viaje galdosiano como servicio turístico. Un amigo acaba de hacer el "Rocky Mountaineer" entre Calgary y Vancouver, y vino encantado. Los trenes de época tienen mucho atractivo. Para eso sirve la actual infraestructura.

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